29 julio 2013

YOU CAN´T ALWAYS GET WHAT YOU WANT



Tomó a escondidas el primer vuelo por la mañana al aeropuerto Metro Wayne de Detroit, pero no debió hacerlo: tenía una esposa y dos hijas. Si lo hago público es porque a fin de cuentas fue un viaje clandestino del que nadie se enteró. Y es que a veces, ciertos casos íntimos se dan el lujo de decretarse inexistentes, aunque gozaron del estatus terrenal de su realización.

Desde que conoció hace doce años a la pelirroja en San Pedro sopesó el erotismo de la relación efímera. Y mi amigo coloreó su affaire con pinceladas paternales: le enseñó entre sesiones de cama las ventajas de la resignación. Usó para sus lecciones lo que canta Mick Jagger: “You can´t always get what you want”. ¿Quieres ser mi pareja para siempre? ¿Quieres envejecer conmigo? Ni lo pienses, nena: no siempre podrás tener lo que deseas. Le he reprochado a mi amigo apropiarse de esa canción como si la conociera bien.

Acordamos que en cuanto llegara a Detroit subiría en Pinterest las fotos de la megalópolis espectral: no tanto por seguridad personal de mi amigo –Detroit es ahora la segunda ciudad más peligrosa de EUA, después de Flint, Michigan – sino por mi placer inconfesable de contemplar la decadencia “en todo su esplendor”. Edificios herrumbrosos, calles desoladas, casas convertidas en cenizas. El arte del óxido en la Estación Central. La estética de la ruinas en la Planta Automotriz Packard. La avenida Michigan como región transpolada de los Balcanes. La calle Lindsale, cerca de la discográfica Motow, casi un paisaje bombardeado por ejércitos fantasmas.

Nada mejor que orientarse por los laberintos de la podredumbre que la íntima compulsión de saldar las viejas deudas. Cuando mi amigo corrió de su casa a su amor efímero y luego se casó con su novia de siempre, cultivó año tras año una especie de remordimiento enrevesado. Todo quedó grabado en Pinterest: el GPS de su vergüenza lo condujo hasta la Avenida Woodward, a una construcción semivacía, flanqueada por un pordiosero negro, sentado en un escalón, que pedía un dólar de limosna. Mi amigo lo ignoró.

Subió por las escaleras hasta el sexto piso. Tocó en la puerta 602. Fue su propia ex amante quién le abrió con un “qué tal, mi viejo amigo” y una copa de vino en la mano: nada que ver con aquella belleza etérea, los largos cabellos pelirrojos que se disolvían al contacto ajeno, la piel evanescente, lo senos como nubes. La mujer del vaso de vino era más terrenal que los bloques apilados en las calle Lindsale, sometida a la infame ley de gravedad. Pero mi amigo no fue a acariciar nostalgias. Por eso no le incomodó el hombre borracho en un sillón ni el cúmulo de jeringas usadas en la mesa. Le ofreció a la mujer un empleo bien remunerado en Monterrey. Y ella lo rechazó. Le dijo que la recomendaría en cualquier empresa de México. Y ella lo evadió. Le juró comprarle casa y carro y pasarle una pensión. Y ella lo negó.

Entonces mi amigo le soltó la cascada turbia de sus remordimientos. “Quiero que me perdones por haberte tratado mal, por haberte usado como un objeto, por no atenderte como una dama y por no darte tu lugar”. Ella bebió hasta la última gota de su copa de vino. Y no titubeó: “¿A eso viniste hasta aquí? Hubo muchos hombres después de ti y no fuiste ni siquiera de los más relevantes. Despreocúpate amigo. ¿Pero no fuiste tú mismo quien me enseñó que nunca vas a valorar lo que tienes, si no sabes lo que quieres?”. Una alusión a Mick Jagger. 

La última foto para Pinterest de su viaje fueron las escaleras en picada del edificio donde aún vive su ex amante. Bajó con tiento en la oscuridad. Afuera se topó de nuevo con el negro pordiosero sentado en el escalón de la entrada. Le arrojó un dólar de limosna y le dijo: “You can´t  always get what you want…”. Dice mi amigo que al darle la espalda al negro, una voz gutural lo golpeó como una losa desmoronada del edificio de sus verdades en decadencia: “…but if you try sometimes, well, you might find you get what you need”. 

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