Si usted es
un creador o al menos un fabricante de cosas innovadoras, de gracias por haber
nacido en esta época. Cincuenta años antes difícilmente hubiera hecho carrera
como inventor. Tendría que haber sumado dos condiciones vitales: talento y
recursos económicos (y no existía Kickstarters para patrocinarle su audaz
ocurrencia).
El genio
científico de Thomas Alva Edison, por ejemplo, no se hubiera iluminado sin el
genio financiero de J. P. Morgan. Suministrar luz eléctrica a todo Nueva York
por primera vez en la historia de la humanidad, fue un milagro de ambos. Por
separado, la lámpara incandescente se hubiera quedado en proyecto sin un
mecenas, o Morgan hubiera terminado sus días de magnate como un mecenas ayuno
de proyecto.
Pero ahora
las cosas son distintas. Vivimos (acaso sin saberlo) en una Tercera Revolución
Industrial. Por primera vez es posible que en cualquier persona se den la mano
el talento y los recursos para crear cosas físicas. De hecho ha nacido un
movimiento que proclama esta buena nueva: Do
It Yourself (hágalo usted mismo) sellada bajo el acrónimo DIY.
La clave de
DIY consiste en que las cosas físicas no las hacemos cada uno sino entre
muchos. De manera que el acrónimo no cambia pero el nombre sí: no se trata de
hacer las cosas cada uno por sí mismo, sino entre todos. Y esto se consigue
mediante la web, la automatización y hasta la gamificación (el juego como método de conocimiento
creativo).
Internet es
el centro de la Tercera Revolución Industrial que modifica las pautas del
diseño industrial y la producción. Bits al servicio de átomos. El mundo digital
al servicio del mundo real. Ya no son entidades separadas. La web no nos aparta
de la realidad: la aumenta y enriquece, le otorga otros enfoques y multiplica
la perspectiva. En los espacios económicos, DIY crea un nuevo modelo
empresarial a partir de un concepto que cada vez se volverá más comprensible:
la desintermediación.
En esta
Tercera Revolución Industrial, las patentes han dejado de tener importancia
para poner de relieve la invención colectiva. Un proyecto atractivo es como un
panal de abejas: convoca a los profesionales a mejorarlo sin esperar
retribución inmediata como en el cada vez más obsoleto mercado laboral e integrando
comunidades hackers que desprecian la propiedad intelectual y ponderan el alto
valor del crowdsourcing (colaboración
abierta distribuida).
Y lo más
valioso son los actuales software diseñados para facilitar la fabricación de
prototipos. ¿Un ejemplo? Arduino es una herramienta open source –es decir, sin reclamo de pago de licencias y donde
mete mano cualquier programador que le dedique tiempo libre-- para inventores
profesionales y hasta amateurs.
Tuve hace
algunos días en mis manos un manual de Arduino: no es tan fácil como un
instructivo de Lego, pero aprendí los
pasos básicos con algo de paciencia. El segundo acto consiste en adquirir un
programa CAD para componer cualquier tipo de productos, o una impresora 3D,
abastecerla con suministro de materias primas y en cuestión de minutos
obtendremos el prototipo de un objeto innovador.
¿Se le habrá
ocurrido a alguien preparar (o mejor dicho manufacturar) un platillo con esta
máquina casi mágica? No lo se, pero sería un avance a la famosa cocina
molecular que popularizó el chef español Ferrán Adrià con sus técnicas
culinarias deconstructivas mediante el empleo de nitrógeno líquido. Nunca
estuve en el templo gastronómico El Bulli,
pero sí disfruté de alguno de sus postres salados y esfericados y doy fe que no
me supieron a comida para astronautas.
Pero esto
es apenas el principio de la Tercera Revolución Industrial. En menos de diez
años cada regiomontano tendrá en su casa una de estas impresoras 3D, con un
costo aproximado de mil pesos, para imprimir objeto de primera necesidad, como
cepillos de dientes, pasta dental, peines, lámparas, jabones, cucharas,
frascos, botellas, etcétera, personalizados a nuestro gusto y personal
capricho, cuando hasta ahora sólo nos los producen las grandes empresas en
procesos estandarizados.
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