Los
hechiceros se ganan la confianza de sus clientes acertando en sus predicciones,
no llevando una vida ejemplar. La moral tiene una ruta diferente a la destreza
profesional. En el caso de Mike Milken, uno de los financieros / hechiceros más
influyentes en Wall Street, su destreza para predecir es proverbial. Se le
admira y se le repudia a la vez, en un juego de estira y afloja que ha
terminado en estos años por favorecer su buena imagen: con su dinero se puede
todo y Milken lo tiene a manos llenas. Es como Shylock, el usuero judío del
Mercader de Venecia, embaucador de muchos Bassanios, de la obra de Shakespeare,
pero a la moderna, con los denominados "bonos basura", artefactos
financieros con los que el especulador Milken se embolsó en la primera parte de
su vida una fortuna de cientos de millones de dólares.
A
su proeza añadamos la rapidez: en un par de décadas sus cuentas bancarias
pasaron de 5 a 550 millones de dólares anuales. Con la financiera Drexel
Burnham Lambert, estrella de las sociedades de inversión en la década de los
ochenta, Milken provocó artificialmente un boom en bonos de alto riesgo y
rendimiento que tornó multimillonarios de la noche a la mañana a muchos
inversionistas, incluyéndose él. En la astucia, MIlken era un zorro, en la
rapacidad un lobo, y en agarrar su presa, un león. Para entonces, Milken estaba
casado y con tres hijos. Una vida de ensueño americano.
Hasta
que apareció en escena un tal Rudolph Giuliani. Milken fue acusado de falsear
información y tráfico de influencias y proceso por Giuliani a principios de los
años noventa se le declaró culpable por seis de 98 cargos. Obligado a pagar una
multa de 900 millones de dólares, purgó 22 meses de los diez años a los que fue
condenado. La prensa se ensañó con él, la financiera Drexel Burnham Lambert
quebró y Wall Street juró (no por mucho tiempo) no volver a tropezar en la
piedra de los excesos y la exuberancia irracional. Milken, alias Shylock, quiso
aprovecharse de ese nuevo puerto del comercio mundial al estilo Veneciano, que
es Wall Street y acabó despreciado por sus antiguos amigos.
Días
después de salir de prisión, recién cumplidos los 46 años, Milken recibió un
diagnostico que fue su tiro de gracia: un cáncer de próstata lo condenaba a
morir en menos de dos años. Milken, alias Shilock, no se amilanó con la mala
noticia: prefirió disciplinarse con hábitos monacales. Se convirtió al
vegetarianismo (nueva religión que embarga no el alma sino el estómago), comenzó
a practicar la meditación transpersonal y ejercitó su lastrado cuerpo mañana
tarde y noche con deportes de cardio. Recuperó peso y estatura moral.
Por
extraño que parezca, le sobrevinieron dotes de hechicero financiero: la cárcel
le estimuló conocimientos dormidos. Trasladó su moraleja personal a la suerte
de la economía mundial y profetizó que la actual crisis mundial tendrá final
feliz: igual que en la década de los setenta, cuando se pensaba en medio de una
crisis semejante a ésta que el 25% de las compañías norteamericanas tendrían
que declararse en quiebra y pronto la historia demostró que no fue así; los
mercados de valores se recuperaron y la economía comenzó a despegar lentamente
pero seguro. ¿La moraleja? La primera: en medio de una crisis mundial o
personal, no exageres los riesgos. La segunda: reduce tus gastos para que tus
ahorros (privados o públicos) no sufran déficit.
La
culminación de la disciplina personal de MIlken fue un libro que se convirtió
en un best seller: “The Taste of Living”, donde recopila sus recetas más
exitosas para la lucha contra el cáncer. ¿La cereza en el pastel? Nuestro
hombre en la ruina se volvió filántropo: creó la Asociación para la Cura del Cáncer
de próstata y el Centro para la Aceleración de las Soluciones Médicas además de
fundar una red de educación virtual,Knowledge Universe y un centro
de investigación: el Milken Institute. En descargo de los epítetos
que por años le endilgaron de ser un especulador rapaz y sin corazón, diseñó la
web: www.mikemilken.com donde
desarticula los argumentos contrarios a su mala imagen y los vanos disfraces
con que cubría su triste humanidad.
La vida de Mike Milken bien puede ser rubricada con el monólogo
del Rey Lear: "Lujo devorador, he ahí tu remedio: exponte a sufrir lo que
los desheredados sufren y aprenderás a despojarte de lo superfluo de tus
bienes, repartiéndolo entre los pobres y alcanzando perdones del cielo".
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