Vincular educación con tecnología y productividad sigue siendo tabú para educadores trasnochados, que prefieren hacer poesía con la pedagogía, cuando aquélla sólo sirve para que uno escriba bonitos artículos de prensa, sonetos líricos o letras de canciones de amor, como José Jaime y el Gallo.
La sociedad del conocimiento es más que un concepto y menos que un sueño. Si la Nueva Economía es un ejemplo del buen uso práctico del binomio finanzas-innovación y la sociedad de la información es un ejemplo de la recepción de noticias casi al instante de ocurrir los hechos, una y otra no gozan del prestigio de la sociedad del conocimiento.
Cuando usemos la Nueva Economía como referencia que rebase lo comercial y construya sabiduría, y cuando utilicemos la sociedad de la información como insumo para diseñar saberes útiles, entonces seremos nativos de la sociedad del conocimiento y llegaremos hasta los confines de la última frontera, como decían en Star Trek.
Hay visionarios y profetas laicos de este ideal. Cuando Bill Clinton era Presidente, el Arpanet (red militar virtual) se convirtió en Internet (red ciudadana global), y la reinvención del gobierno a lo que se aplicaron Clinton y Al Gore, también fue la reinvención de las tecnologías de la comunicación. Desde entonces, el mundo se hizo plano y se acortaron las distancias.
Pero la pobreza continuó y empeoró, sobre todo en África y América Latina. Mil millones de personas viven con menos de un dólar al día y 115 millones de menores no tienen educación. Ya se ve que la miseria es crimen de lesa humanidad. Hace poco, en su visita a México, Clinton pidió que los países ricos contribuyan con el 0.5% de su producto interno bruto a ayudar a los fregados. Se une así a los Objetivos de Desarrollo del Milenio que en el 2000 fijó la ONU para acabar con la miseria mundial de aquí a siete años, iniciativa que la Asamblea General de este organismo bautizó como Levántate contra la pobreza. Con la sociedad del conocimiento se puede combatir la pobreza poniendo las tecnologías al servicio del conocimiento para promover el desarrollo social.
¿Cómo opera esta ecuación simple y compleja a la vez? Convocando a los sectores más representativos de América Latina: hombres de negocios, maestros, académicos, ONG y, obvio, los gobiernos de América Latina. La urgencia de acabar con la mortalidad infantil y elevar los índices de alfabetización tendrá remedio si se suma creatividad e innovación local. Conocimiento es el nombre del juego: no la simple transmisión de datos indiferenciados (el puro acopio de información no es conocimiento), tampoco la simple adecuación de nuevas tecnologías que, aisladas, nada aportan a la igualdad de oportunidades. Pero, sin sociedad del conocimiento, la brecha educativa se abrirá a la par que la brecha social y esta cicatriz mal cerrada volverá doblemente miserable al Tercer Mundo.
Ninguna tecnología erradicará por sí sola la pobreza, pero al facilitar las tecnologías de la información y la comunicación a la productividad y la competitividad, se derrumbarán muchas barreras de exclusión entre ricos y pobres. Así lo creen emprendedores como Muhammad Yunus, inventor del microcrédito (préstamo sin aval para pobres) cuyo banco mereció hace un par de años el Premio Nóbel de la Paz. De ahí que frente al Foro Económico Mundial de Davos, cantón de Suiza, podemos instituir en México un Encuentro Mundial del Conocimiento.
Dejo para el final a unos personajes curiosos que más que criticar, deberían sumarse: los medios de comunicación, y en especial los periódicos. Sin la prensa para lectores tradicionales o para cibernautas (Bill Gate dice que la primera cederá su lugar a la segunda en menos de cinco años) no se podrá forjar al ciudadano enterado y crítico que marcha al parejo del ciudadano emprendedor y productivo.
La sociedad del conocimiento es más que un concepto y menos que un sueño. Si la Nueva Economía es un ejemplo del buen uso práctico del binomio finanzas-innovación y la sociedad de la información es un ejemplo de la recepción de noticias casi al instante de ocurrir los hechos, una y otra no gozan del prestigio de la sociedad del conocimiento.
Cuando usemos la Nueva Economía como referencia que rebase lo comercial y construya sabiduría, y cuando utilicemos la sociedad de la información como insumo para diseñar saberes útiles, entonces seremos nativos de la sociedad del conocimiento y llegaremos hasta los confines de la última frontera, como decían en Star Trek.
Hay visionarios y profetas laicos de este ideal. Cuando Bill Clinton era Presidente, el Arpanet (red militar virtual) se convirtió en Internet (red ciudadana global), y la reinvención del gobierno a lo que se aplicaron Clinton y Al Gore, también fue la reinvención de las tecnologías de la comunicación. Desde entonces, el mundo se hizo plano y se acortaron las distancias.
Pero la pobreza continuó y empeoró, sobre todo en África y América Latina. Mil millones de personas viven con menos de un dólar al día y 115 millones de menores no tienen educación. Ya se ve que la miseria es crimen de lesa humanidad. Hace poco, en su visita a México, Clinton pidió que los países ricos contribuyan con el 0.5% de su producto interno bruto a ayudar a los fregados. Se une así a los Objetivos de Desarrollo del Milenio que en el 2000 fijó la ONU para acabar con la miseria mundial de aquí a siete años, iniciativa que la Asamblea General de este organismo bautizó como Levántate contra la pobreza. Con la sociedad del conocimiento se puede combatir la pobreza poniendo las tecnologías al servicio del conocimiento para promover el desarrollo social.
¿Cómo opera esta ecuación simple y compleja a la vez? Convocando a los sectores más representativos de América Latina: hombres de negocios, maestros, académicos, ONG y, obvio, los gobiernos de América Latina. La urgencia de acabar con la mortalidad infantil y elevar los índices de alfabetización tendrá remedio si se suma creatividad e innovación local. Conocimiento es el nombre del juego: no la simple transmisión de datos indiferenciados (el puro acopio de información no es conocimiento), tampoco la simple adecuación de nuevas tecnologías que, aisladas, nada aportan a la igualdad de oportunidades. Pero, sin sociedad del conocimiento, la brecha educativa se abrirá a la par que la brecha social y esta cicatriz mal cerrada volverá doblemente miserable al Tercer Mundo.
Ninguna tecnología erradicará por sí sola la pobreza, pero al facilitar las tecnologías de la información y la comunicación a la productividad y la competitividad, se derrumbarán muchas barreras de exclusión entre ricos y pobres. Así lo creen emprendedores como Muhammad Yunus, inventor del microcrédito (préstamo sin aval para pobres) cuyo banco mereció hace un par de años el Premio Nóbel de la Paz. De ahí que frente al Foro Económico Mundial de Davos, cantón de Suiza, podemos instituir en México un Encuentro Mundial del Conocimiento.
Dejo para el final a unos personajes curiosos que más que criticar, deberían sumarse: los medios de comunicación, y en especial los periódicos. Sin la prensa para lectores tradicionales o para cibernautas (Bill Gate dice que la primera cederá su lugar a la segunda en menos de cinco años) no se podrá forjar al ciudadano enterado y crítico que marcha al parejo del ciudadano emprendedor y productivo.
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