03 febrero 2014

A MI QUERIDO AMIGO FEDERICO CAMPBELL

Algo pasa últimamente con la inteligencia progresista en México que se nos enferma a menudo y a veces hasta se nos muere. Apenas incineraron los restos del naturalizado mexicano Juan Gelman, y la semana pasada de José Emilio Pacheco y ahora nos enteramos del mal estado de salud de nuestro querido amigo Federico Campbell y (lo que es igualmente triste) de su precaria situación económica que obliga a su organismo estragado a andar de nómada comatoso de un hospital a otro en la ciudad de México.

Este tijuanense accesible y campechano es dueño de una columna socio-cultural, “La hora del lobo”, de las pocas publicadas en nuestro país que suele trocarse casi siempre en política indignada y es tan vertical como sólo puede serlo la línea ética, invisible pero cierta, de la honestidad intelectual.

Hace varios años lo entrevisté con motivo de su libro sobre el escritor Leonardo Sciascia, uno de mis ídolos literarios, y entonces caí en la cuenta que, pese a haber leído la veintena de novelas del italiano, mis conocimientos sobre el gran cronista del poder y la mafia siciliana eran mínimos frente a la erudición avasallante de Campbell.

Además, el tijuanense me ganaba por una cabeza porque se había hecho amigo personal de nuestro ídolo en 1985, en Palermo, cuatro años antes de la muerte de éste. De ahí que Campbell me develara el enigma de los finales abiertos de las obras de Sciascia: aunque se disfracen de novelas policíacas, en realidad la falta de castigo a los culpables de crímenes y delitos en sus obras breves y lacónicas son una metáfora de la impunidad del poder y la mafia, dos caras de una misma moneda, como pasa también (y peor) en México.

Mi amigo profundizó luego en estos temas en “Mascara negra: crimen y poder” (1995) un ensayo que, de ser los mexicanos más memoriosos, deberíamos volver a editar porque explica literariamente la simbiosis entre los altos mandos del poder y los bajos fondos del crimen organizado. Política y delito suelen ir de la mano: coinciden en el lavado de dinero desde la Florencia de los Médici hasta el Michoacán de Calderón (y ahora de Peña Nieto).

Y de igual manera que en la Italia de los años de Sciascia, la complicidad de sectores empresariales con estas asociaciones delictuosas, comenzando con los constructores y urbanistas, pudren el tejido social hasta enmohecerlo todo: banca, prensa, televisión, curia episcopal, incluso la intelectualidad supuestamente imparcial que dicta cátedra con las carteras mancilladas por dinero mal habido.

Por ende, las novelas de serie negra en México (lo sabe Campbell), no podrían adquirir los ribetes ontológicos y refinados que caracterizan la narrativa de Sciascia donde el ser y el ente lidian filosóficamente con el tiempo: aquí, en territorio azteca, no se puede hacer metafísica con tanta cabeza cercenada, víctimas descuartizadas, sadismo inhumano de la peor calaña y un salvajismo brutal que desconoce el mínimo código de honor mafioso, propio de la omertà italiana y ante la cual a la propia familia Borgia se le pondrían los pelos de punta.


Federico Campbell, mi querido amigo tijuanense, sufre de insuficiencia renal. México, por su parte, padece de insuficiencia moral. Espero que pronto se recuperen ambos.

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