05 mayo 2010

Antanas Mockus: el bufón que dice las verdades

Entre los mercaderes del templo que mantienen asolada a Colombia, un viejo profesor de matemáticas, filósofo algo retorcido, de incipiente parkinson y barba patricia, ha venido a volcarles las tablas, arrojarles por los aires la mercancía de su realpolitiks y correrlos a puntapiés de la casa de la democracia. Lo hace con el desparpajo de la honestidad a ultranza, con la juglaría de un enamorado de las malas maneras y el artificio eficaz del niño que se disfraza de Supermán (literal) y se casa con su novia de última hora sobre las ancas de un elefante, en un circo de pueblo y rodeado de forzudos, domadores de tigres, tragasables, magos, trapecistas, faquires estoicos y hasta políticos de nuevo cuño.

Antanas Mockus aplicó el calculo matemático a la sociedad provinciana y de campanario de Bogotá, cuando fue alcalde, y la gente le repitió el mandato a lo pocos años, o porque le divertía la hosquedad de este filósofo en la praxis, o porque de verdad lo hizo muy bien con sus medidas de austeridad, seriedad en el fondo y ligereza en el trato. Uno no lo sabe a ciencia cierta, pero los resultados son tan apabullantes en el mejor sentido de la palabra, que apenas hay quien le corrija la plana para no darle su voto abierto en estas elecciones  que van en pos del próximo Presidente de Colombia. Va punteando en las encuestas y promete dar pelea de la primera a la segunda vuelta.

Y las ganará sin excesos de publicidad ni marketing (de lo que ha abjurado porque aborrece el dispendio del papel no reciclable y las promesas de recetario), y tras una elección interna por demás atípica en un país de típicas politiquerías, donde un grupo de no políticos que ya han incursionado en la política, se han puesto de acuerdo en una consulta interna, para postular como candidato a uno de ellos, sumando a los demás, sin revanchas ni vendettas de parte de los los felices y orgullosos perdedores. Cosa de no creerse en una sociedad conflictiva y signada por las matanzas y guerras eternizadas de las FARC. 

Antanas tiene sus excesos: no prodiga sonrisas más que cuando es necesario y eso en ocasiones excepcionales; le ha enseñado las nalgas a estudiantes rijosos que lo increparon en un mitin universitario;  arrojó un vaso de agua a la cara de un opositor en un debate televisado, y en un video de You Tube que ha dado la vuelta al mundo virtual y real, ha respondido a la pregunta simple de un reportero con un laberinto verborreico, imitación extralógica de la mejor época fílmica de Cantinflas. 

Mentira que tales despropósitos lo vuelvan más auténtico (¿cuanto habrá de farsa deliberada en sus actuaciones) ni que lo acerquen más al pueblo llano que comienza a quererlo como un padre exótico y descocado (lo ceremonioso en su grado alto de hipocrecía corrupta es el sello de la identidad colombiana). Pero lo único cierto es que la suma de sus excesos ha convertido a Antanas en un "raro" que mucho tiene de dandy trasnochado a lo Baudelaire y de sano irreverente a lo Bretón, que no deja de hacer sus tareas cotidianas (control del déficit público, recorte presupuestal y austeridad del gasto público), a pesar del surrealismo optimista con que reviste sus maneras. 

Se verá con el tiempo si estas prendas serán suficientes para desempolvar un añoso sistema político disfrazado de modernidad con la figura adocenada pero ya grotesca de Alvaro Uribe, que no ha resuelto las profundas injusticias sociales ni los traumas que aquejan a una sociedad viciada. Lo sabremos pronto, si el bufonesco Antanas gana estas elecciones de ensueño, donde todo puede pasar, o si antes no lo saca del cuadro una bala perdida, dispuesta a deshacer lo mucho ganado para la salud pública colombiana en este manojo de vertiginosos meses. Lo veremos.  

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