02 junio 2014

EL OTRO RAÚL CABALLERO

Jorge Luis Borges escribió el cuento fantástico “El otro”. Un anciano Borges narra cómo a finales de los años sesenta, durante una mañana soleada de Cambridge, un joven se sienta al lado suyo, en la misma banca frente al río Charles. Pronto entabla conversación con él hasta descubrir que el muchacho es el propio Borges cuando tenía 20 años, viviendo en Ginebra. Cruzan incómodos opiniones divergentes aunque el viejo declara: “Yo, que no he sido padre, sentí por ese pobre muchacho, más íntimo que un hijo de mi carne, una oleada de amor”. Sin embargo pese a esa sensación paternal, evitará en el futuro volver a encontrarse con el Borges joven. Ya no eran “el mismo” sino “el otro”: personas distintas.

Octavio Paz no opina igual que Borges. En su poema “Nocturno de San Ildefonso”, escribe: “El muchacho que camina por este poema, / entre San Ildefonso y el Zócalo / es el hombre que lo escribe…” En su búsqueda por comprender el tiempo – uno de los pilares de su obra poética – Paz se planeta la principal pregunta filosófica: “quién soy y por qué he llegado a ser lo que soy”. El Paz maduro dialoga con el Paz joven que vive en la ciudad de México, no como “el otro”, sino como él mismo. No es casualidad que el Borges viejo y joven se encuentren al clarear el día: la luz distingue y divide a cada individuo. Tampoco es casual que el Paz maduro y joven dialoguen en la noche: la oscuridad une y funde a cada persona.

Raúl Caballero, periodista maduro, ha escrito un hermoso libro íntimo y coral a la vez, en donde dialoga con el Raúl Caballero joven: “Resonancias (Antes del Caos)”. “Se trata de una serie de relatos y crónicas de finales de los años sesenta” como él mismo lo explica, cuyo personaje principal es "de alguna manera, la ciudad de Monterrey”. No estoy tan seguro que así lo sea. ¿No será más bien el tiempo el personaje central de “Resonancias”? Lo es en el cuento del joven Borges, residente en Ginebra, que el autor escribió ya maduro en Cambridge; lo es en el poema del joven Paz, residente en la ciudad de México, que el autor escribió ya maduro en París. Pudiera serlo en las crónicas del joven Caballero, residente en Monterrey, que el autor escribió ya maduro, en Dallas.

Pero para ser personaje de un cuento, un poema o una crónica, el tiempo no puede narrarse por sí mismo; como la luminosidad de la luna, sólo aparece como reflejo de un astro ajeno: en el caso de “El otro” el astro ajeno es la literatura; en el caso de “Nocturno de San Ildefonso”es la crítica a las ideologías; en el caso de “Resonancias” es el astro de la nostalgia musical regiomontana.

Es verdad que en sus alusiones nostálgicas, Raúl toca muchas fibras sensibles a quienes nacimos aquí: la moda existencialista (Sartre, Camus), la psicodelia como modo de vida, las películas de culto (en especial esa obra tan aburrida y sobrevalorada de Godard, titulada “El Desprecio”, sólo rescatable por ese monumento a la cachondez llamada Brigitte Bardot), la naciente televisión local con Vianey Valdez y su “Muévanse todos”, el despertar sensual de los adolescentes (resumido en el slogan ecologista “ahorra agua, báñate con una amiga”), las lecturas de Cortázar, el recorrido citadino por Las Mitras, Vistahermosa, el Patinadero Obispado, las kermeses en el Regio y las tertulias en el Club de Leones Poniente. Pero el astro-rey que alumbra “Resonancias” es la nostalgia musical.

En la obra de Raúl Caballero (“memorias salvajes y libres” como él mismo la define), el tiempo gira en obsesivos y rítmicos días circulares en torno al Rock and Roll, el jazz, el blues, la chanson française, The Beatles, Rolling Stones, The Who, pero también en bandas regiomontanas de gran calidad (nunca superada en décadas posteriores) como Quo Vadis, La Tribu, Zoológico Mágico y Banda Macho, sólo por enumerar algunas de las más representativas, citadas en el libro por una de las voces más autorizadas del movimiento musical alternativo en Monterrey y que Caballero ha convocado a su concierto de evocaciones: el polifacético Alfonso Teja-Cunningham. Y es que el Caballero maduro no sólo conversa con el Caballero adolescente, sino también con otros actores de aquella época vivos o ya muertos.

Ahora bien, ¿va dirigido este diálogo entre el Caballero maduro y el Caballero joven, exclusivamente a lectores regiomontanos? Sí, en la medida en que su personaje principal fuera la ciudad y se enfocara a la mera recopilación de guiños cómplices a sus paisanos norestenses; no, si el tema principal es la apología a los años sesenta, es decir, al pasado reciente, es decir, al paso del tiempo. Finalmente, el lector se preguntará: ¿y en este diálogo entre el joven y el maduro que fuimos y seremos más temprano que tarde, a cuál de las dos posiciones filosóficas es más afín Raúl Caballero: al “otro” que termina por convertirnos el tiempo en la opinión de Borges, o a la “misma persona” que nos reafirma el tiempo, en la opinión de Octavio Paz?


No daré la respuesta; mejor que el propio lector lo decida después de leer esta obra tan amena, nostálgica y muy bien escrita en su estilo desenfadado y coloquial. Así que tómese su tiempo y, si su edad rebasa los cincuenta años, dialogue con el joven que fue alguna vez y que le saltará a la cara en cualquiera de las páginas de “Resonancias (Antes del Caos)” para recordarle que usted también formó parte de los años sesenta y que el muchacho que caminaba por aquellas calles, y escuchaba aquellas rolas, parafraseando a Paz, es el mismo que ahora lee este libro. Felicito al autor de este prodigio.

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